Análisis, por Mauro Berchi
Mientras en Argentina Alberto Fernández extiende el período de confinamiento intentando apoyarse en los gobernadores a los efectos de flexibilizar– siempre a tientas –una medida que comienza a resultar insostenible, en Europa Google y Apple firmaron un acuerdo por el cual sus sistemas operativos móviles colaborarán en la lucha inteligente contra el COVID-19.
La sigla que define a la estrategia digital de la Unión Europea (UE) para seguimiento y control del contagio es DP-3T, es decir, Decentralized Privacy-Preserving Proximity Tracing, que podría traducirse como Trazabilidad Descentralizada de la Proximidad con Resguardo de la Privacidad.
Por supuesto, se apoya en la geolocalización de los teléfonos móviles, pero complementa esa tecnología con la ya conocida vinculación entre dispositivos que brinda Bluetooth.
La idea es que, en el viejo continente, los sistemas operativos Android y iOS (que proveen las dos gigantes mencionadas) se actualicen en estos días e incorporen la capacidad de usar Bluetooth sin que sea necesaria ninguna acción por parte del usuario. Así, los teléfonos dialogarán entre ellos con independencia de sus dueños.
Habiendo sido instalada previamente alguna de las aplicaciones oficiales para seguimiento del virus, los celulares que se encuentren cerca, a no más de 5 metros, intercambiarán datos sobre síntomas o diagnóstico compatible con coronavirus que los usuarios hayan cargado a la app.
De esa forma, se podrá trazar la propagación del virus con la precisión necesaria para poder identificar a quién debe aislarse. “Es el modelo que usó China, pero ocurre que allí, con Huawei como gran operador de telecomunicación digital, más WeChat y Alibaba– los equivalentes chinos de Whatsapp y Amazon, respectivamente –integrándose con otras aplicaciones sanitarias obligatorias, fue relativamente sencillo implementar algo así”, explica Miguel Pérez Subías, responsable de Relaciones Institucionales de PIMCity.
PIMCity es el acrónimo de Personal Information Management City, un nombre con el que se engloba al sistema de herramientas digitales de protección de privacidad digital que utiliza la UE. En octubre pasado, se incluyó en su programa de investigación y desarrollo con miras a obtener resultados en 2022 y, para ello, brindó un financiamiento de 6,2 millones de euros.
En diciembre se consolidó un consorcio de 13 entidades de todo el mundo, vinculadas con las tecnologías digitales, entre las que se destacan el Instituto Politécnico de Torino, la Universidad Carlos Tercero de España, Grupo Telefónica, NE, y la Asociación de Usuarios de Internet. Todos ellos investigan el mejor modo de proteger la privacidad en internet, y desarrollan un kit de herramientas digitales para ello.
Desde PIMCity, Pérez Subías, ingeniero informático madrileño, explica la necesidad de agregar el uso de Bluetooth para la trazabilidad minuciosa que se pretende lograr ahora en Europa.
“Ocurre que, aunque diversas empresas y gobiernos se volcaron a crear aplicaciones que usaran la geolocalización de los teléfonos celulares, luego comprendieron que las antenas de telecomunicación no arrojaban señales tan precisas como para trazar las posibilidades de contagio por proximidad”.
Dado que la geolocalización estándar no brinda información útil para saber quién estuvo con quién, entonces se pensó en el Bluetooth, una señal más débil que la de los datos móviles, pero que permite vincular dispositivos en forma directa, sin triangular con antenas. “Para eso, Google y Apple van a modificar sus sistemas operativos móviles, con el objeto de que la función Bluetooth se encienda sola, y no consuma tanta batería como de costumbre”, puntualiza Subías.

Sin embargo, aunque este sistema parezca el más apropiado, si se observa cómo lo implementaron Singapur, Taiwán o Corea del Sur, diversos referentes de la privacidad informática en Europa plantean reparos respecto del modo en que se mantendrá respeto por la privacidad de los usuarios.
En ese sentido, Lorena Jaume Palasí, filósofa especialista en ética algorítmica, y asesora del comité de crisis de Alemania, tiene dudas sobre si la información que se obtenga de estos procedimientos será tratada sin vulnerar el Reglamento General de Protección de Datos, gran paraguas normativo europeo en la materia.
“El gobierno alemán nos informó, en las últimas horas, que piensan incorporar nuevas funciones a las aplicaciones que se integren desde cada país para trazar los movimientos de los usuarios. En el comité de crisis estamos evaluando cómo se respetará el anonimato de quienes sean COVID-19 positivos, y hasta cuándo los gobiernos poseerán la información”, advierte Palasí.
También, el español, Pérez Subías, plantea inquietudes al uso de la tecnología digital, pero desde otro ángulo:
“nosotros sostenemos que los gobiernos europeos deberían instar a Google y a Facebook, por ejemplo, a abrir sus bases de datos para la comunidad científica. Ellos vienen ganando mucho dinero con eso, y la gente ya usa sus aplicaciones. Si se accediera a los registros que esas empresas poseen de nuestra conducta digital, se podría hacer trazabilidad precisa sin desarrollar ninguna herramienta nueva”.
El planteo es, al mismo tiempo, astuto, audaz, pero de difícil concreción. Si los gigantes de la comunicación digital accedieran al pedido y brindaran la información que tienen, “se produciría un nuevo Cambridge Analytica”. Quedaría al descubierto que, en el siglo XXI, la privacidad es un sueño.
En los países asiáticos, la privacidad y las libertades individuales no están arraigadas en los fundamentos costitutivos de sus países. En China, directamente no existe el concepto de privacidad y en regiones como Corea del Sur o Singapur no se pone en duda que, en tiempo de emergencia, el Estado avance sobre los derechos de las personas para asegurar el bien común.
Pero en los países europeos o en Estados Unidos es otra la historia. Occidente valora la libertad de expresión por sobre todas las cosas y pone en jaque cualquier ley o medida que se trate de implementar violaciones de la privacidad. De esta manera, lo que funcionó en China puede generar más conflictos que soluciones en países como España, Inglaterra o Estados Unidos. No hay punto de comparación, y las empresas tienen que entender el contexto de cada país en donde operan.
Después de todo, volviendo a Argentina, en los últimos días se actualizó la app CuidAR que, más allá de incorporar nuevas funciones, no convence porque plantea innumerables dudas: ¿Su uso es obligatorio u optativo? ¿Cómo saber si los datos son ciertos? ¿En qué servidores se almacena la información? ¿Hasta cuándo?
Por lo pronto, no parece que nuestro encierro haya servido para que Argentina se prepare convenientemente, ni en materia sanitaria, ni económica, ni tecnológica. Sólo se está postergando un pico de contagios que, cuando llegue, puede colapsar el sistema sanitario. Como muchas veces en nuestra historia, pateamos para el futuro lo que no queremos resolver hoy.
Ahora que se abren de a poco las puertas a la calle, se asoman, al mismo tiempo, nuevas incógnitas.

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